Recuerdo un día del 2018, sentada en el sofá de casa, mirando al vacío sin sentir nada. Había pasado por un montón de situaciones difíciles, pero no había dejado que ninguna emoción emergiera. Era como si un muro invisible me rodeara, protegiéndome del dolor pero también de la alegría. Ese día, una de mis hermanas vino a verme y me preguntó: «Adriana, ¿estás bien de verdad?». Aquella pregunta, tan sencilla pero tan profunda, resonó dentro de mí como un eco que no podía ignorar. Fue el punto de inflexión que me llevó a iniciar un camino de crecimiento personal que cambiaría mi vida.
La resistencia a pedir ayuda
Pedir ayuda… un gran tema para mí, más bien un reto.
Yo, ¿pedir ayuda?
- No me hace falta.
- Yo puedo con todo.
- No necesito ayuda.
- Ya me busco la vida.
- Pedir ayuda, como si no fuera suficiente…
Estos son algunos de los pensamientos que tenía. Como si pedir ayuda fuera cosa de débiles y yo no era una persona débil. Como si ser débil fuera algo malo y que yo no podía ser. ¿Mostrarse vulnerable? Eso no iba conmigo. ¿Qué pasa si me mostraba vulnerable o débil? No lo sabía, simplemente no iba conmigo y no me lo podía permitir.
El punto de inflexión
El 2018 llevaba años, seguramente, sin llorar, o al menos sin llorar «de verdad», un llanto de aquellos que liberan, que permiten sacar el sentimiento de dentro y que no quede enquistado, un llanto de aquellos que alivian, que parece que te hayas quitado un peso de encima y puedas descansar mejor, o al menos transformar un poco y exteriorizar el malestar interno. Llevaba tanto tiempo así, reprimida, explicándome historias racionales para no sentir, mentiras al fin y al cabo, que llegó un momento en que era como una especie de robot. No sentía ni padecía. Tanto era así que iba a los lugares y actuaba como se suponía que debía actuar.
Para poner algunos ejemplos, tal vez un poco radicales pero para que se entienda cómo lo vivía:
Salía de fiesta con los amigos, pues es un lugar donde tienes que estar contento pasándotelo bien y disfrutando, o al menos para mí era así. Pues así actuaba, dispuesta y con iniciativa de ir donde fuera con una sonrisa, etc. Pero si te digo la verdad, me he dado cuenta con el tiempo que no lo sentía, solo actuaba como se suponía que debía estar. Ni siquiera me planteaba si me apetecía ir o no ir, se planteaba el plan que fuera y yo siempre dispuesta.
Poniendo un caso más extremo: si hubiera tenido que ir o si fuí a algún entierro o una situación así delicada donde para mí está claro que es un lugar triste, mi actitud era presentarme en el lugar con un tono serio, sin sonreír, etc.
En el 2018 me pasaron una serie de eventos seguidos y recuerdo que una de mis hermanas me dijo algo que me hizo reflexionar. Me dijo algo así como:
- «Adriana, ¿quieres decir que estás bien?»
Porque esta es otra, siempre que alguien me preguntaba cómo estaba, estaba bien. Es habitual en nuestra sociedad en general decir bien, pero en espacios de confianza algunas personas se permiten decir y contestar a la pregunta de verdad y quizás no siempre es un bien. Pero para mí siempre era bien, pase lo que pase, me lo pregunte quien me lo pregunte. Le respondí:
- «Sí, sí, estoy bien.» Con lo que ella siguió con un: «¿Has llorado últimamente? Porque con todo lo que te ha pasado lo tendrías que expresar de alguna manera, no puede ser que siempre estés bien y no te afecte nada. Quizás tendrías que ir a algún psicólogo, terapeuta o coach. Estás bloqueada.»
Estas últimas frases me hicieron reflexionar y estuve días pensando y dándole vueltas, a que quizás era interesante probarlo, aunque fuera porque sí que era extraño que llevara tanto tiempo como neutra internamente, con todos los cambios que había sufrido justo en aquel momento. Cambios de salud, cambios de estructura familiar, etc.
El camino de crecimiento
Entonces, en aquella época, donde aún creía en las casualidades (a día de hoy la verdad es que puedo creer en las causalidades pero no en las casualidades… el tiempo y la experiencia me han enseñado que todo pasa por alguna razón), hice un curso de habilidades directivas y en una de las sesiones el ponente habitual no pudo venir y vino en su lugar Carol Isla.
Después de la formación, ya que me había gustado mucho, busqué información sobre ella para ver si también hacía acompañamientos individuales, la encontré y decidí escribirle para preguntarle. Me dijo de quedar para ver qué necesitaba y si podíamos comenzar un proceso de crecimiento. En aquel momento yo no tenía ni idea de qué significaba hacer un proceso de crecimiento personal. La verdad es que ahora veo claramente que lo que hice es pedir ayuda. No lo veía así entonces, lo que pensaba después de lo que me había dicho mi hermana era que tenía curiosidad, que no perdía nada, que iba a probar a ver qué tal y ver si me servía para algo. Yo realmente no sentía que tuviera ningún problema, de hecho diría que cuando quedé con Carol Isla no fui con ninguna petición, problema o conflicto concreto. Simplemente le expuse el momento en que me encontraba y que realmente no sabía muy bien qué buscaba. Parece que ella vio claramente que estaba perdidísima y que me iría bien empezar este proceso con ella.
Me encontraba en un momento de vida donde estaba apática, perdida, totalmente adormecida emocionalmente. Recuerdo aquellos años, como decía al principio, yendo por la vida como un robot, siguiendo la corriente, inmersa en mi rutina, narcotizada con mil actividades diarias que me desconectaban totalmente de mí, no tenía tiempo para atenderme, cuidarme, etc. Estaba totalmente enfocada hacia fuera y no había un instante al día para dedicarme internamente, para observar qué sentía o qué necesitaba. Estaba dedicada con totalidad a seguir la rutina y a cubrir las necesidades de los demás, yo me había abandonado por completo.
Reflexión final
Qué buen regalo me hizo la vida escuchando a mi hermana y haciendo que coincidiera con Carol Isla.
Gracias, gracias, gracias.